jueves, agosto 30

La reina, el caballo y el alfil §Capítulo 4§

Titulo: La reina, el caballo y el alfíl.
Capítulo: 4. La mano derecha.
Autor: Sabrina Knight
Fandom: Original
Reseña: El origen del mal, el origen del caos se haya en los mismos que jamás han querido abandonarlo.

Capítulo IV §La mano derecha§

Su posición siempre había sido atrás del líder justo en su hombro derecho. Callado, observando y siempre atento a las miradas, las palabras, las acciones de los demás a su alrededor.

Acompañaba los aplausos, y llevaba a los mandatarios al final de la sala donde recomendaba qué decir, qué hacer, los halagaba o bien los regañaba. Él tenía el poder de hablar así con ellos: los hombres más poderosos del mundo.

La conferencia terminó como siempre con ese mar de aplausos, la prensa no podía esperar, querían preguntar más.

- El presidente no responderá nada hasta la conferencia de prensa programada. - respondió el hombre haciendo a un lado a todos con su tono imponente de voz.

El presidente se dedicó a extender el brazo para saludar a los que tomaban fotos y de inmediato entró a su pequeña e improvisada oficina.

- ¡Hay tanta gente! - exclamó contento - No pensé que tantos seguidores vinieran a este pueblo perdido.
- Señor, por favor no menosprecie este lugar.
- Por supuesto que no lo menosprecio Coverfield, pero estoy impresionado. ¿Sabes qué me pone a pensar? Que hoy más que nunca el pueblo desea mi reelección.
- No hay otra cosa que quiera más el pueblo - sonrió de forma confortante para el presidente. - De hecho las encuestas del día de hoy lo colocan 10 puntos por encima de su contrincante más cercano.
- ¿10 puntos? ¡Es increíble! - dio un golpe en la mesa - Hace 4 años estábamos a sólo 3 puntos. Con una separación de ese margen ya no puede haber error.
- A eso nos hemos estado dedicando todos estos años de gobierno, señor presidente.

El presidente hizo un ademán de felicidad y se sentó en un sillón que se veía bastante cómodo. Se estiró y sin motivo aparente se empezó a reir.

- ¿Pasa algo señor?
- No, nada Daniel. Es que no quepo de tanta alegría.
- Y eso es justo lo que necesita irradiar en las preguntas. ¿Ya sabe qué contestar?
- Por supuesto, me has entrenado muy bien. Tengo la seguridad suficiente para que el pueblo me vea y sepa que tiene que reelegirme.
- Me parece perfecto señor presidente. - le puso una mano en el hombro - Ahora, hablando de otros temas, le dejé unos documentos que necesito lea y firme.
- Claro, dejame leerlo.

El hombre le dio las hojas y el presidente se puso a leer sin mucha atención. Daniel se quedó de pie recargando en la pared, mirando los actos y cómo los ojos del presidente seguían las lineas del texto que le había dado.

Suspiró.

Ese era él: Daniel Coverfield. En ese momento asesor de campaña del hombre más importante del mundo, en otro momento jefe o asesor de guerra en Afganistan, Irak, Corea del Norte, Sudán, Israel, Vietnam, Francia, España, Inglaterra, Argentina, Rusia, Alemania. No importaba para nada el bando en el que estuviera, siempre estaría en el más conveniente para él mismo. ¿Qué ganaba? Generar muerte y destrucción no era su objetivo principal, pero una vida eterna lo habían llevado a ese camino.

Daniel tenía una memoria precisa que lo hacía recordar su niñez en Roma, su primer nombre (que con los años lo ha ido modificando), sus peleas en el campo de batalla luchando en el nombre de Dios, hasta la cruel forma en que ayudó al último Führer a crear los campos de concentración.

Ese hombre había visto pasar por sus ojos la creación de nuevas y más crueles armas de destrucción, era testigo de la crueldad del ser humano y de la infamia de la traición entre los mismos aliados. Él era responsable de grandes tragedias que jamás perturbaron sus descansos. No conocía la palabra remordimiento, culpabilidad y mucho menos el perdón. Para Daniel la gente era útil o inútil, necesaria o innecesaria. En el dilema del sobre el ser humano él no identificaba colores, todo era blanco o negro.

Los viajes al rededor del mundo le habían dado diferentes lecciones, algunas más sorprendentes de las que él mismo esperaba, otras sólo le remarcaban la estupidez de las personas. Al principio se avergonzó de lo que la gente era capaz de hacer por ganar. Le daba pena pensar que una parte de él era como ellos, aunque a la hora de cazar a sus victimas eso pasaba desapercibido: la inteligencia o la estupidez no cambiaba el sabor de la sangre.

El aroma, el sabor de la sangre era siempre exquisito. Un placer que la vida le había dado para disfrutar. Por extraño que pareciera él era un ser diferente a los demás. Daniel no usa la sangre para sobrevivir, no tiene ninguna pelea con el sol, descansa por las noches y disfruta de las mujeres tanto como se le ofreciera la oportunidad. No había nada que lo detuviera, ni el tiempo, el sol ni la sangre. Durante mucho tiempo se creyó invencible.

Pero un siglo antes se dio cuenta que no lo era.

Aun venía a su mente el rostro de aquella mujer: hermosa, delicada, un ejemplar único entre su larga existencia. Orgullosa, valiente, creyente de sus convicciones, terca y muy inteligente. Probablemente la única persona que vio capaz de seguir su paso en la larga mortalidad.

Curioso que siempre al recordarla al mismo tiempo tocaba su cuello. Esa mujer le había formado esa cicatriz casi imperceptible, invisible para todos, pero profunda para ese hombre, honda para el orgullo y el ego del asesor del presidente. Esa mujer intentó matarlo, y lo hubiera hecho si hubiera sabido que el fuego era lo único que podía acabar con él. Neófita e incrédula que sólo creó un monstruo lleno rencor, de odio y con sed de venganza.

- Daniel, aquí hay algo que no entiendo - interrumpió el presidente los pensamientos y recuerdos de aquel hombre que se acercó a él.
- ¿Qué pasa señor?
- ¿Qué significa esta clausula?
- ¿Cuál? - le señaló con el indice - Eso ya lo habíamos discutido señor.
- No, tú y yo habíamos hablado de enviar tropas de paz para evitar la división.
- Y eso es justo lo que dice. La Organización de las Naciones Unidas será la encargada de negociar la paz.
- Pero, aquí dice que en caso de que la ONU no logre conciliar las partes...
- El país tiene el derecho sobre la organización para decidir lo que es mejor para ese gobierno errante. Para ello tendremos lista a nuestra armada. - El presidente miró con duda a Daniel - Señor, no hay nada de qué preocuparse, esa es sólo una medida extrema. Confiemos en que la ONU logre un acuerdo de paz. - el mandatario asintió mientras seguía viendo el papel - ¿Pasa algo señor?
- No. - Se quedó pensando - ¿Sabes lo que podríamos lograr con un acuerdo así? Sería la paz después de tantos años. ¿Te imaginas que alguien se quiera aprovechar e invadirlos? Nadie quiere tampoco que un país con tantas minas de diamantes se separe.
- Por supuesto que no señor. Nosotros nos encargaremos de eso. Después de todo, sólo somos emisarios de la paz. ¿No es así señor Presidente?

El presidente miró a Daniel y asintió. Tomó la pluma con firmeza y firmó el acuerdo. Miró el reloj, dejó la pluma y se puso de pie.

- Muy bien, creo que ya es hora de la conferencia de prensa.
- Así es - Daniel tomó los papeles y los guardó en un portafolios que selló de inmediato - ¿está listo para ser reelecto señor?
- Más que nunca.

Daniel abrió la puerta y el presidente salió rodeado de prensa que lo abrumaba de preguntas. Daniel se colocó a un lado, a su derecha. tomó posición callado, observando y siempre atento a las miradas, las palabras, las acciones de los demás.

A veces todavía se preguntaba Daniel porqué estaba ahí, ¿Qué ganaba? Ganaba posiciones, ganaba piezas, ganaba las diferentes partidas que se proponía. Porque para él la vida era como un tablero de ajedrez donde todos quieren ser el rey, pero él no. Prefería ser como el caballo, a la derecha del rey, mirando todo y listo para atacar sin más limitaciones que las que él mismo se ponía.

Y los límites era algo que él no conocía.

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